Saturday, June 10, 2006

Los DJ´s

Primero comimos, luego oímos el disco que no falla entre la generación de mis papás (Miguel Pacheco y Luca saben de que hablo), luego vinieron Gilber y sus gaiteros y finalmente, no podía dejar de agradecerle muy especialmente a mis amigos DJs.










Rodrigo se tomó la cocina y le dio gusto a todos los que querían bailar merengue, salsa, plancha, etc. Y que se la gozó, se la gozó, no??







Y Hoyos, nos mantuvo felices hasta la madrugada, con su cada vez mejor forma de mezclar.

A los dos: Un millón de gracias.

La fiesta prometida







Los que han seguido este blog saben ya lo bien que la pasé en el cono sur; saben también que alargué mi viaje y que, por lo tanto, no estuve para las fechas de mi cumpleaños, ni de mi grado, ni del de mi hermano. Los que me conocen, saben además, que no iba a perder la oportunidad de organizar una gran fiesta para celebrar magnos eventos.

Y así fue. Gracias a la ayuda de mi hermano, mi mamá, Bertha y los amigos en general disfrutamos de una fiesta deliciosa. Hubo de todo para todos. De dos de la tarde a siete de la mañana hubo rumba para todos los gustos.

(La foto de mi mamá y Zico, de cuya calidad no se puede dudar, es autoría del amigo Alfonso Martínez -más conocido como Pocho-)

A todos los que fueron y se enrumbaron con la mejor actitud: Mil y Mil Gracias!!!!

Las fotos completas de la rumba las pueden ver AQUI.

Volver a los amigos

Como decía en el post anterior, volver a ver a los amigos siempre está bien, muy bien.



Y si son como Joshua es también muy divertido.

Yo realmente no entiendo por qué a los hombres les angustia quedarse calvos. Claramente es MUCHO peor que una mujer se quede calva.




Lo bueno es que ambos puedes acudir, en últimas, al peluquín.

Volver a Bogotá y volver a ver a los amigos siempre es una sensación particular... ¡que lo digan los que han vuelto después de años de vivir afuera!!! Yo solamente estuve una pequeñas –aunque intensas- vacaciones por fuera, y aún así, las sensaciones típicas de alivio, angustia y expectativa tanto cuando el avión despega en Bogotá como hacia Bogotá estuvieron ahí –en su justa proporción obviamente-.



Sin embargo, en esta ocasión tengo que admitir que me sucedió algo distinto que en oportunidades anteriores. Si bien a muchos nos pasa que cuando salimos de nuestra ciudad, -y por lo tanto, de la cotidianidad, del círculo de amigos y del de la familia- aprovechamos para pensar nuestra vida desde la distancia, con los buenos y malos momentos que eso implica, la verdad es que esta vez yo ni siquiera tuve tiempo para eso; la verdad es que la pasé tan bueno, tan bueno, que no hubo tiempo para la reflexión sobre lo que ha hecho, lo que estoy haciendo o lo que debo hacer con mi vida. Entre tantos buenos nuevos amigos, buena comida, buen vino, buenos paseos, la verdad, la verdad, poca reflexión existencial. Y no estoy tratando de defender no atacar la “reflexión trascendental” que produce la distancia. Simplemente estoy contándoles que esta vez no hubo tal.




Pero como la distancia no perdona, y tampoco es bueno desaprovechar la oportunidad de “mirarse” desde afuera, lo hice una vez de vuelta en Bogotá...esta vez la “reflexión trascendental” ocurrió ya devuelta en Bogotá. He descubierto una nueva forma de aprovechar la distancia, la doble distancia: es decir, sumar la distancia de “antes de salir” más la de “mientras estuve afuera”, y ahí sí pensar en el resultado de “¿y ahora qué?”



Estoy escribiendo esto varios meses después de volver, y puedo asegurar que esta nueva formulita funciona muy bien, pues el resultado de la última pregunta es claramente distinto a lo que había entes de sumar “mientras estuve afuera”, pero creo que el resultado me ha gustado mucho gracias a que “mientras estuve afuera” estuvo libre de cualquier reflexión sobre “antes de salir” o “¿y ahora qué?”.

Ya sé que quedó un poco enredada la carreta. Así que para el que le de pereza tratar de entenderla, dejo simplemente este mensaje: Volver a ver a los amigos siempre está bien, muy bien.